Capítulo 2
La Sola, hora cero
Anoche lo vi por primera vez, era un
sueño, rojo creo el sueño, pero no me importa el color, que me va a importar,
si tan sólo era un sueño y creo saber que no se sueña en colores sino más bien
en blanco y negro y en ocasiones en negro y negro. O no es cierto? Qué importa,
qué importa, a mi me va a importar? Ni loca. Porque para algo crecí, me crié,
maduré y todas esas cosas que dicen por ahí, pero a mí me da lo mismo. Si fue
un sueño que sea como quiera, rojo, azul, negro si quiere, y así como sea yo sé
que es verdad.
Lo vi, suerte que lo vi, él no me miraba
pero sé que me va a mirar, alguna vez me va a mirar y yo le regalaré mis ojos
para él, para sus ojos. Le regalaré primero un ojo, el izquierdo y voy a andar
con el medio mundo del derecho por un tiempo, va a ser difícil y molesto, al
principio algo incómodo pero con el tiempo…
Tengo que buscar la forma de entregarle
el otro, el otro ojo, el ojo derecho. Sé que lo va a extrañar, porque segura
estoy que se ha sentido incómodo con sus dos ojos y el tercero, es decir el
mío, mi ojo izquierdo, el que le regalé, pero cómo hago? En estos tiempos estoy
un poco desequilibrada, ando a los tumbos (como quien diría). Cómo como quién
diría? Lo digo yo: estoy desequilibrada, no tengo equilibrio, no tengo buena
noción de las distancias: levanto el pie veinte centímetros antes del escalón y
creyendo que lo tengo bajo mi pie, doy el pisotón y plaf… me sube un calor
desde el pupo que me incendia la cara y me eriza los pelos. Es igual, es igual
a cuando lo miro, me da una puntada en la boca del estómago y me empieza a
subir un calor calcinante que me pone de punta los pezones y toda la piel me
electriza, y me suaviza a la vez, no sé, es raro pero es raro también porque
solamente le veo el perfil derecho, es por el ojo que me falta, pero bueno, ya
lo sabemos.
La solución estaría en saber cuáles son
sus movimientos, por qué calles camina, dónde trabaja (si trabaja), o dónde
estudia a su defecto, qué bares frecuenta o alguna pizzería (que sería
buenísimo porque a mí me encantan las pizzas y sobre todo la calabresa, por eso
del calor que te sube y esas cosas); eso sí, saber por dónde camina, después
hacerme la disimulada y pasar un par de veces al lado de él, pero a contramano,
y rozarlo sin querer, al descuido, como un accidente, pero sin víctimas
fatales, sólo un roce de piel con piel, un roce donde las carnes se hundan, se
hagan una sola, que a la distancia y en cámara lenta se vea cómo los músculos
de los dos se hacen uno, entran en fusión los poros, abren su gran boca y se
unen en un gran beso de vasos sanguíneos que son minúsculos y gigantes a la
vez. Mi transpiración, la de él, la mía necesitada de la de él, la sal, la sal
de la transpiración y esos olores hermosos de verano en pleno invierno.
Ahí está, saber la calle por la que
circula, saber cuantos pasos da de esquina a esquina (sería bueno conseguirse
un marcapasos), saber si esquiva las baldosas flojas, o no, mejor no, esperarlo
en la esquina opuesta a la dirección del tránsito, quizá sea más seguro.
Ahí lo veo venir, qué hago? Sí, sí,
mejor lo espero y a treinta metros comienzo a caminar, mientras tanto me voy al
kiosco a comprar cigarrillos, pero eso durará poco, bueno está bien veo
vidrieras, pero qué pasa que no avanza? Se puso a charlar a un cuarto de
cuadra, con quién estará? No veo bien.
Este ojo maldito!
Ah! allá viene, pero más lento, mucho
más lento! No podrá caminar rápido? Qué se piensa? Bueno, falta menos, está
casi por llegar a media cuadra, me voy a comprar los cigarrillos y empiezo a
caminar. -Un marlboro y chicles de menta, por favor. -Diez centavos? Sí, sí
tengo. Chau, gracias. ¡¿Qué es esa puerta en medio de la calle?!
Tas puridi inki saki, yacanarsa
yacanarsa, tas inati inti esque, yacanarsa yacanarsa. Tumparasca inta suma,
tumparasca lamiué, canti canti conoluma, imasoki comeué. Tas puridi yacanarsa,
inki saki inti esqué, tas inati yacanarsa, yacanarsa comeué.
Entendés lo que digo? Ahí está la cosa,
colgar las banderas sin otra oportunidad. O vos creés que no es así. No hay
tiempo viejo, ya se nos ha cortado el carretel muchas veces y no hemos hecho
nada. Hemos dejado todo a la intemperie, caiga quien caiga y ha caído de todo
por estos lares: piedra, pólvora, cal, arena y harina. Y nosotros qué hacemos?,
para cuándo? o vamos a tener que esperar y seguir esperando. No, chango, ya
basta, yo a ésta no la paso por alto, o quebramos todo o nos vamos a la mierda.
Mirá vos hoy, hoy mismo, en este momento estamos sentados tranquilos (un poco)
en un bar en el medio de esta ciudad. La gente pasa y nosotros aquí, muy lejos
de ellos, te digo más, tan lejos que ni se enteraron de quienes carajo somos,
por otra parte tampoco les importa. Y qué hacemos ante este mar de gente, nos
colgamos? Nos disfrazamos de tanto en tanto o le damos por la cabeza de una vez
por todas. A mí me salió el apuro, no sé, qué querés que te diga, me urge y
hasta duele.
Escuchame, nosotros tenemos las armas,
ellos están allí indefensos y convalecientes, felices o infelices según se
mire. Están ahí listos para que irrumpamos de un momento a otro, entremos aunque
sea a los manotazos en esta inmensidad de aguas oscuras, mar de náuseas,
turbio, que no se puede siquiera ver el fondo, pero si el olor que salta y
salpica los ojos y ahí nos damos un poco cuenta de que esto debe tener fondo y
de tenerlo, me juego y te aseguro, es mierda.
Acaso no ves el color que refleja la
marea y esos brazos saliendo a la superficie como queriendo tomar el cielo con
los dedos o pellizcarlo con las uñas y robarle una peca, un poquito de pigmento
para poder flotar y no estarse atrapado de tanto fango y puertas canceles que
no dejan ver la cara del cielo, las caras de los que están a nuestro lado, que, a veces, ni siquiera conocemos y no nos
dejan descifrar que en el mar los maremotos nos aíslan unos de otros, cada uno
en su cáscara de nuez y no hay dulce de leche que nos aglutine, ni fondán que
nos cubra la burbuja, para que juntos, de esta u otra manera, pero juntos por
algo y no desperdigados como migas de pan reseco y pisoteado, podamos formar,
sin menospreciar otros dulces, una bella y sabrosa nuez confitada.
Los suburbios del mar son excitantes,
basta con mirarles las caras a los submarinos-suburbanos para darse cuenta. Te
responden en otros códigos muy difícil de no entender, son más claros, a pesar
del agua turbia y son más brillantes sus ojos de tres destellos. Peculiares,
cálidos, desconfiables de tan confiables que llegan a ser. Te envuelven en su
halo de seguridad insegura, poco terrena y muy marítima, seguridad que se
siente con la tercera mirada. Así son, mezcla y uniformidad, destellos volcánicos,
bocas en llamaradas de dragones bajo el agua, ceramistas del barro que sus
bocas besan. No aparentan ser confiables, pero son seguros en el naufragio.
Me imagino papelitos que flotan y andan
sin tocar ni un instante el suelo. Papelitos llevados y traídos por esos
vientos que anuncian tormenta, los que arrasan con todo lo que hay en las
veredas y te llenan los ojos de basuritas que te hacen restregar hasta que
perdés la vista y ves todo oscuro por un rato. Papelitos que viajan, que no
están atados a nada, que su único sendero es el aire y son llevados por las
brisas y los tornados haciendo caso omiso a los destinos, metiéndose por este o
aquel pasillo, mirando y recreando las fachadas que se le vienen encima a toda
velocidad y un remolino de aire los vuelve a alejar, salvándolos.
Papelitos en son de vuelo. Papelitos
curiosos que se entreveran en los rodeos más extraños y palpables a la vez.
Papelitos que bucean los rincones y los observan grano a grano y sacan flor y
delicia de puro canto y lluvia y sol. Papelitos caminando en punta de aire por
el medio del cauce enmarañado del río de la ciudad.
Link para el Capítulo 1:
http://alejandrogilpoet.blogspot.com.ar/2015/01/la-sola-por-alejandro-gil.html
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