TOC-TOC, ALGUIEN ANDA POR ALLÍ
Era y Dionisio habían vivido encerrados y muy juntitos nueve meses y poco más. Allí dentro, donde estaban, jugaban y nadaban suavemente, algo incómodos algunas veces, pero riéndose
siempre.
Como buenos hermanitos cómplices a rabiar, hacían travesuras que sorprendían a mamá.
Hacían toc-toc con sus patitas, con sus puños al desperezarse y con uno que otro rodillazo cuando se enojaban entre ellos para ganarse un mejor lugar.
Al cabo de ese encierro de nueve meses y un poco más, la mamá y la naturaleza dijeron:
– Bueno, chicos, ¡ya es tiempo de salir!
Muy obedientes ellos, aceptaron la invitación. Ahora la cuestión era decidir cuál de los dos saldría primero a ver el sol.
– ¡¡¡Me pido prí!!!, gritó Era, aún sin saber hablar.
– Yo lo pedí antes, murmuró Dionisio, que tampoco tenía el don de la palabra.
– ¡Mentiras, Dionisio! ¡Sos un charlatán!
Al final, con piedra papel o tijera, solucionaron el problema.
– Está bien, hermanita, salí vos primero, dijo Dioni resignado.
– Gracias, mi negrito, sos todo un caballero. Como escuché que dicen allá afuera: “las damas primero”. Es lo que debe ser. (Era tenía esa extraña forma de hablar en verso del derecho y del
revés.)
Los Mellis fueron andando y rodando por el mundo exterior, absorbiendo las cosas que necesitaban aprender. Al principio iban muy lento y dependían de sus papás, luego tomaron envión. Dejaron los pañales y también el biberón. Luego comían solitos, enchastrándose bastante, eso sí, de la coronilla hasta los pies. Pasó el tiempo del gateo, el de pararse y el de
caerse y, en menos que canta un gallo, supieron caminar y correr.
¡Al cumplir los tres años hablaban hasta por los codos! Con palabras muy difíciles y las inventadas también, se hacían entender.
Un día, Era y Dioni, en la sobremesa familiar, con una pata de pollo cada uno en las manos comenzaron a contar:
– Estaba un pajarito en el baño y otro, apurado, quería entrar. El que estaba afuera, tras la puerta, le dijo al otro: “¿¡Pío-Pío!?”, y el de adentro contestó: “¡Po-Pó!”.
A la mañana siguiente, toda la ciudad había sido abrazada por un gran gran silencio y no pudieron ir al Jardín de Infantes donde tanto se divertían. Al mundo le había llegado una peligrosa pandemia. Los Mellis, otra vez, estuvieron en un encierro, pero no tan amoroso como el de la panza de mamá.
¡Toc-Toc!, se escuchó en la puerta principal de la casa donde vivían con el papá y la mamá y un perrito peludo que se llamaba Juan.
Los Mellis se acercaron y preguntaron: – ¿Quién es?
– Soy yo el virus, necesito pasar.
– ¡Ni que tengas corona te dejaremos entrar!
Y siguieron jugando, como si nada, con las pompas que fabricaban al lavarse las manos muy seguido con jabón.
Ahora te toca a vos continuar con esta historia:
¿Qué estará haciendo Dioni con la burbuja multicolor?
Y Era, ¿qué canción estará inventando?
Muy seguramente una hermosa, como la que estás creando en tu cabecita vos.
¿Me la cantás, por favor?
Alejandro Gil
2020, Tucumán
Primer premio del concurso de la Editorial Pipícucú
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