A saltos
A mi padre siempre le cayeron bien los militares. Su odio hacia un general en particular era asombroso, y le va durando más de setenta años. El general Perón provoca esos sentimientos en mucha gente y, aunque él ya se haya muerto hace mucho tiempo, generaciones nuevas siguen alentando esa vocación bien violenta.
Una mañana de frío, cuando el sol calentaba los rostros como una palmada vital, vino mi madre a anunciarme que todo el país estaba triste en sus entrañas. Ella posee una intuición necesaria como para saber leer las cosas más allá de lo que aparentan. Pocos meses atrás, la euforia había sido desmesurada y ella observaba dolida.
Entre mis padres no había diálogo, las miradas al mundo eran distintas, desde puntos de vista distantes, desde alturas incomparables.
Había acabado la mentira. La muerte y la derrota eran reales. Se acabaron los comunicados y surgieron los fraudes, una vez más, encubiertos. Otra vez, los militares y sus socios traicionaban al país. La gente, la mayoría de ella, seguía apoyándolos.
La única participación que tuve en un torneo de fútbol, con camiseta y pantaloncillos incluidos, fue en el Campeonato Evita. Allí me sentí uno más. Mis capacidades para ese deporte eran notablemente nulas y, generalmente, ningún equipo callejero requería mis servicios. Aunque, al final, parado al lado del arco opositor, en cada partido salía goleador, promedio de nueve. Me decían Scotta, por el de San Lorenzo. Nunca más formé parte de un campeonato de nada a nivel nacional.
Me era asombroso ver cómo eran bien vistos los militares contemporáneos a mi infancia y adolescencia, venían portando larga historia y presente de muertes y violaciones hacia nuestros propios vecinos. Nunca lo entendí. Yo ya había comenzado a leer a Gandhi. Sus muertes eran atroces y la gente, palabra sin lugar a dudas peyorativa cuando la usamos, la mayoría de ella, no decía nada o justificaba esa ya constante delincuencia militar.
En esos años me dijo ella: ¡Vive con locura! Se había dado cuenta de mi terrible timidez.
Cuando la leche venía de a litro en botellas de vidrio verde pasaban muchas cosas terribles en el país, mucha sangre y sangrado económico que era asumido en silencio. No se hablaba de eso en las casas. No se habla cuando te dicen que eso está bien. ¿A dónde se pueden leer esas cosas que pasan? En fondos de vecinos vi hacer costillares asados a las llamas de libros quemados. No era lo mismo pero no había que echar más leña al fuego.
Alejandro Gil
Amaicha del Valle, Tucumán, Argentina, 21 de julio de 2016
Del libro en construcción: Borradores de libreta
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