La sola
por Alejandro Gil
*
“el arte
es el juego
de ocultar y
translucir
las malas intenciones”
*
Capítulo 1
La Sola y vuelta a la
esquina
Una canción animal que da
vueltas, que se encuentra sola. Sola, la jugada de encontrarse y vestirse
después de haber amado bajo un rosedal que miraba cuatro puntos idos hacia el
puente.
La calle y el canal, un mar encausado de
olores de cuerpos agitados de tanta hermosura y coincidencia.
Vuelta a la esquina, un océano repleto
de adoquines con agüita en las juntas, espejos de mirarse el rostro y mirarse
los ojos.
La sola caminaba bien acompañada: el
cielo azul y el cielo gris.
Azul son todos los ojos. Un fantasma es
azul. Hasta un duende. Azul, que la zeta en segunda y la ele al final. Azul que
lo parió.
Al azul lo desvela el camino largo, las
curvas lo contracturan y al sólo pensar, no le gusta ser azul.
El gris malamente despreciado, es feliz.
Nadie lo parió, nació con el mundo y está.
― Nací
entristecida, se pensó por un momento. Estas calles llenas de silencios y de
luces, fachadas viejas que remontan a un amor antiguo de querer trabajar tanto
para homenajear al que mira y vive dentro. Por dentro sonaban los discos. Temas
que hacían de la música un refugio del corazón que latía a mil por horas o tan
sólo era feliz queriendo tanto.
La sola había salido de compras, un poco
de pan, algo dulce para pensar y alguna bebida para el buen rato. Los placeres
de la vida se traducen en una cena a la luz de los cristales, un buen
distraerse y estar enamorado.
― Amar
y ser amada, qué más!
Pero la Sole vivía de noche. Soñaba de
noche. Vivía el día como un sueño que partía el mundo en dos mitades. La jungla
y la aldea se confundían en el trabajo cotidiano de mudarse de caras y sonrisas
y ser feliz a la misma hora en que suenan los acordes de estarse en pie.
― Lindo
día de sol para vestirse de rojo. Todo el mundo te mira cuando te vestís de
rojo. Voy a vestirme de rojo y que miren, total? Nada pueden ver.
El cielo estaba increíblemente azul con
nubes pequeñas haciéndole pecas. El sol de dónde sale?
Oh sole mío, quién te dijo que me dieras
los rayos. Si acaso me basta con resplandecer, como la luna que mira y de tanta
vigía se acuesta a dormir. Plácida la luna durmiendo en su colchón y mirándonos
como renacuajos en esta gran laguna y tenemos que inventarnos anfibios para no
morir ahogados de aire o de agua según sea creciente o menguante.
― De
la luna estoy hablando y del mar, de qué otra cosa? No sé de otra forma hablar,
vos estás acostumbrado, pero yo no. Me voy a bañar.
Y la Sole sola se fue al paraíso de
mojarse, de correrse por el agua, de escucharse en música por fin no hecha por
los músicos que te llenan el corazón y las arterias. Venas hinchadas de
corcheas y corazón, corazón. La espuma en el cuerpo se miraba, mordeduras de
burbujas, placeres de los días y de los baños. Mordeduras que te remontan a otro
cuerpo, de dientes blancos, tornasolados de luz y jabón. Burbujas que marean y
dan vueltas. Aire de jabón hecho mundos, munditos de todos los tamaños,
pequeños, grandes mutantes por la piel. Y uno verse allí reflejado en redondo,
verse yéndose flotando. Cosas del agua y el jabón, de la ducha tibia mojando la
ceremonia, humedeciendo los cabellos, chorreando la espalda con su espesa
savia. De pronto surgen las caricias de las pompas con sus juegos inocentes de
tocarnos. A dónde vas burbuja por entre mis piernas?, salí de ahí o quedate, sí,
para siempre.
No, no te enojés, que te estallás y mi piel se va un poco gastando de
explosiones. No, que el jabón se acaba, el agua también y quedo sola con la
toalla.
Que la tarde me busque en mi escondite y
me despierte, que seguro estoy soñando. Que me toque la mejilla sin mirarme o
me pase un dedo suave por la cintura o por el brazo. Que me despierte con un
beso chiquito en mis labios cerrados, que me ponga la mano delante de la boca y
que yo no queriendo le dé un beso. Pero la tarde sabe que la amo y que por
miedo no me entrego tanto. La tarde lo sabe, camina lento para amarme de noche.
Me ha enamorado y me iré con ella.
Voy a pasar por esa puerta aunque esté
cerrada de par a par. No es novedad, la puerta ahí parada, erguida, tentempié
en plena calle, obstruyendo todo, incomodando a los automovilistas, haciéndolos
bajar con sus infinitos manojos de
llaves y perdiendo horas hasta encontrar la correcta. Después los
pasadores, las trabas, el ojo de pescado para sospechar del lado opuesto, de los
que están del otro lado, de las cosas del otro lado, y sacar tajada jugosa de
sandía. No quiero decir nada pero los que están del otro lado, están del otro
lado. Y así sucesivamente o al revés. Por suerte yo siempre estoy de este lado,
ya sea mirando la cara azul o la cara gris de la puerta. La cara azul mira para
acá y la gris, si la estoy viendo, también mira para acá.
― Vos
estás siempre del otro lado, pero coincidimos de estar siempre los dos del otro
lado, vaya coincidencia. Mi pregunta, que también es un sueño que se repite con
los años, ese sueño que lo sueño y lo sueño y lo vuelvo a soñar, desde
adolescente, te digo, y se aparece y vuelve y toma otras formas, mejor, otras
historias pero en el mismo lugar, en el mismo lado, paredones altísimos, una mole,
un palacio de justicia, una morgue y se repite y es gris siempre, no sé pero te
pregunto si habremos estado juntos también del otro lado.
― Quién
sabe, pero dejemos que corran los días: el lunes detrás del martes, el martes
persiguiendo al miércoles y este a 24 horas del jueves y, por caprichos del
sol, el jueves arañándole las espaldas al viernes que lo tiene en la mira al
sábado que le pelea la punta al domingo; dejemos que pasen los días, que el
maratón, sin miedos, termina en la llegada.
― Ah!
me olvidaba, tengo un almanaque para regalarte, salió mal de imprenta pero no
es mucho, no es tanto como para asustarse, está en blanco.
.