Sábado 22 de marzo, en un lugar de Georgia a 1 hora de Chamblee, 6:66 pm ET– El partido estaba intenso, rodeado de vahos extraños y olores nauseabundos. Transpiración, secreciones nasales, orines retenidos, ojos llorosos o resecos por falta de hidratación, algún vómito inexperto en la materia. El árbitro pitaba y el vals se paraba. Los bailarines, como marea enloquecida, corrían, en andar cimbreante, para donde el balón nº 5 Tango (balón oficial del Mundial ´78) se dirigía. «Todos detrás de Tango», parecía retumbar en las cabezas de los 20 jugadores que no atajaban. Los guardametas no participaban del baile, estaban meta y ponga con sus “hidrantes” que ocultaban detrás de los postes cuando la marea de bailarines-jugadores se aproximaba en peligroso ataque. No se sabía bien si los que atacaban eran los rivales o sus propios compañeros de equipo. (Se sabe esto porque hubo, al menos, dos docenas de goles en contra, “donde los arqueros no tuvieron nada que ver”, relata el parte oficial de la liga).
El partido mantuvo su parejo compás (un-dos-tres-cua…, un-dos-tres-cua…,) desde el inicio. «¡Qué táctica!», «¡Qué grandes estrategas los DTs!», murmuraba el público al ver la marca personal, cuerpo a cuerpo, que se veía en el rectángulo verde. Unos pegados a los otros, los 20, abrazados, siguiendo a Tango que dibujaba la coreografía del Gran Vals que se estaba jugando. ¿El Danubio Azul?
14 a 14. Y todos festejaban.
Gol a gol el partido se interrumpía por largos y efusivos festejos. No importaba cuál valla era la vencida, lo importante era la alegría, el gol: esa chispa que tiene el fútbol y que enciende los corazones. Rivales y adversarios, da igual, se unían en la algarabía sagrada sin prestar atención a la planilla del comisario deportivo que indicaba quién iba ganando. Los 20 jugadores se abrazaban, se besaban, chocaban sus manos extendidas y sus puños cerrados, y meneaban sus caderas en hileras anchas, de punta a punta en la línea central del campo, gol tras gol. Algunos hacían el gesto de acunar en sus brazos a un bebé cuando había un gol (sea o no sea suyo) y todos, instintivamente, lo emulaban solidarios. Hubo quizá, hasta este momento, al menos 280 niños de cuna, según mis cuentas, porque cada uno de los bailarines-jugadores dedicaba a los cielos un nombre distinto en cada ocasión. “Para Pepito”, “Para Juanito”, “Para el Nano”, “Para el Jenricito” y “El Diablito”, retumbaban los ecos devueltos por los bosques de alrededor, bosques de árboles petrificados, futuras lápidas.
Sábado 22 de marzo de 2008, en un lugar de Georgia a 1 hora de Chamblee, exactamente Chamblee Dunwoody Rd. 7:13 pm– Ya la suma de goles era increíble. ¿Era fútbol o básquetbol? ¿Eran arcos o aros? ¿Había asistencias millonarias o triples? ¿Existen los triples en el fútbol-soccer? Aquí, sí. En este encuentro los límites se rebasaron.
Tiro de esquina. Mala factura. La pelota cayó en el centro del campo. En violenta jugada, el nº 5 del equipo con camiseta blanca y detalles anaranjados arremete, en brinco exacerbado, contra el árbitro que estaba lejos de la esperada jugada en un partido normal. El 5 cae de codo tras treparse sobre la cabeza del árbitro central vestido de negro. Cae de codo. Se lo lastima. ¡Ay, qué dolor! ¿Hay un médico por aquí? No, no hay. El presidente de la liga, el DT del equipo, el árbitro central, los asistentes, el que comanda la planilla, el público, la prensa se pregunta: ¿Hay un médico por aquí?
Sale quemando asfalto un hermoso vehículo azul con calcomanías de Silverbacks y con varias medias pelotas de fútbol pegadas en el interior de su parabrisas, quizá, para que no se las roben si estuvieran en el exterior.
«¿Hay un médico por aquí?». Al conductor no le interesa esta pregunta. Sabe adónde ir. Sabe, y se dirige raudo a Chamblee, a pesar que está a una hora de ese lugar. ¿Se habrá quebrado el codo? ¿Necesitaría asistencia médica? No. Él, el del azul, no lo cree necesario. Para eso están las del cartel: «Se soban y curan: huesos, ovarios, empachos…». Llega el hermoso auto azul. Estaciona en lugar prohibido. Se baja el del auto azul corriendo desesperado en busca del cartel: «Se soban y curan: huesos, ovarios, huevos caídos…». Entra. Consulta agitado a la doctora Cureta. Ella le dice: Ok! My friend. Sale a toda prisa el del auto azul, va hacia el auto azul. De él saca, como puede, al bailarín aún con sus botines blancos con tapones, su pantaloncito corto, su camiseta blanca con detalles anaranjados. Camina en zigzag. Uno podría haber dicho: “A este crack del fútbol le pasó por encima una aplanadora”. Pésimo diagnóstico, mi escriba. A tumbos pasa el bailarín-jugador al consultorio de trastienda.
El del auto azul, bello azul, bello auto, sale nuevamente en exacta actitud desesperada. Coge su auto y lo saca del peligro de la grúa y de la multa y enfila, cual wing derecho (aquel nº 7 que despeinaba a la tribuna, llegaba a la línea final y tiraba un centro que el 9, con cabezazo de los mil demonios, aprovechaba para sacarle llamas a la red del arco) a buscar un estacionamiento al frente del cartel. Literalmente, roba ese lugar del “parking” a un taxi que traía a otro convaleciente para la sobadora (perdón, para la doctora Cureta): un rastafari alto con la cadera doblada de dolor.
El taxi le toca bocina indicándole que estaba esperando ese lugar. El del auto azul insulta detrás de la ventanilla y encalla su vehículo.
El rastafari no aguanta la espera, no soporta que la sobadora esté ocupada y se va.
«Yo te doy diez dólares el viernes si estudias todos los días.» —No, escriba, a nadie le interesa tus cuestiones personales. «¿Acaso la literatura no aborda la vida?» —No la tuya, escriba. «Será.»
Ay! Ay! Ay!... Gritos ensordecedores vienen desde la trastienda. El bailarín-jugador se retuerce de dolor. Ya no festeja las decenas de goles que hubo en el partido-vals que, a esta hora, seguirán danzando sus compañeros y rivales. ¿Cuánto irán? ¿33 a 33? ¿66 a 6? Nadie lo sabe. Ni el del auto azul. Y menos el nº5, no Tango, que es la pelota, sino el del codo. Amado codo que tanto sirvió para empinar la botella; amado codo que aún les es útil a los 21 danzarines que todavía siguen en la cancha brindando; amado codo que por no estar inflamado, dado lo reciente del accidente, pudo ser asistido por la sobadora que, en buen tino, me explica que “no escuchaba problemas mayores” y que por eso procedió con el caso. Sí, el del codo tampoco sabe el resultado que le espera. Sí, ese mismo, el que da alaridos.
Don't drink and drive. Don't drink and play fútbol.
If you have any problem, call your doctor. If you have money!
Parararará, pará pará; parararará, pará pará… dice el vals. El Danubio Azul.
*Cualquier parecido a la realidad, es pura coincidencia.
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