“El
príncipe de los enanos”
Obra de teatro para cumpleaños del Mateo
Personajes.
Narrador -1
Narrador -2
Hada Roja
Duende Negro
Narrador
-1. Hola, hola, hola a todos los niños...
Narrador
-2. Hola, hola a todos los que ya no son tan niños...
Narrador
-1. Y a los que ya no se acuerdan que una vez fueron niños. (Le susurra un
narrador al otro, éste le responde con
un codazo y un gesto de silencio).
Narrador
-2. Bueno, bueno, ahora vamos a las presentaciones. Él es el narrador número
uno y yo soy el narrador número dos.
Narrador
-1. ¡Nada original! El guionista se pudo esforzar un poquito más ¡y nos pudo
poner un nombre como la gente! ¡Se ve que el marote no le daba para más!
Narrador
-2. Bueno, pero comencemos la historia, que para eso nos pagan. Porque nos van
a pagar al final, ¿no? ¿Vas a contarla tú o la voy a contar yo?
Narrador
-1. No, no, no. Voy a contarla yo que soy el que se la sabe completa. Había una vez… en un reino de duendes lejano
en el que todos se pasaban el día saltando…
Narrador
–2. Pero… ¿Por qué siempre todos los cuentos empiezan con Había una vez? ¿No
hay una manera más original de empezar a contar una historia?
Narrador
–1. No, no, no… Es que todos los cuentos tienen que empezar con Había una vez.
Si no hubiera existido el “Había una vez”, ¡no habría historia que contar! Eso
está bien explicado en el libro de los hermanos Anderson... No me interrumpas
que voy a perder el hilo de la historia. ¿Continúo o no continúo?
Narrador
–2. Está bien, está bien, ¡cuente la historia!
Narrador
–1. Había una vez en un reino lejano lleno de duendes saltarines, un duendecito
al que llamaban el Príncipe de los Enanos…
Narrador
–2. Pero la historia empezaba antes, ¿no?
Narrador
–1. Bueno, sí… Remontémonos un año atrás cuando el Duende Negro conoció al Hada
Roja. En una ocasión, en los bosques y praderas del país de los argentos vivía
un hada roja que dividía su tiempo entre pasiones políticas y disquisiciones
filosóficas.
Narrador
–2. ¡Cómo, cómo, cómo! ¿Qué es eso de disquisiciones filosóficas?
Narrador
–1. ¡Sí! … se pasaba el día entre el ser… el no ser… el quizá ser… y el tal vez sea…
Narrador
–2. ¿Y eso para qué sirve?
Narrador
–1. Mejor sigamos con la historia… ¿Dónde nos quedamos? Ah… En el hada que
vivía en los bosques y praderas del país de los argentos. Bueno, pues un buen
día apareció un huracán caribeño que traía enredado un duende cubano, todos
creían que era un negro de 2,80 metros. Se equivocaron en lo primero y a decir
verdad bastante en los segundo… pero el apodo quedó: “negro”, y en la historia
lo vamos a conocer como el Duende Negro.
Narrador
-2. Espera, espera, espera… ¿Cómo es eso de huracanes que traen negros? ¿Los
huracanes no son cosas del Caribe?
Narrador
-1. ¡Pero esto es una historia, tienes que ponerle imaginación! ¿Continúo? (el
Narrador 2 hace un gesto afirmativo). Bueno, lo cierto es que en cuanto el
Duende Negro vio al Hada Roja quedó prendado de su belleza y virtudes y, como
tal, procedió al juego del galanteo, el piropeo, en fin: el chamuyo. El hada,
enrojecida de ira, con hoz y martillo en cada mano, quería cortarle la cabeza y
machucarle los dedos al Duende Negro. Decía que el duende era un gusano de
Miami irreverente. La cosa se puso más candente porque el Hada Roja era de la
familia de los Montescos y el Duende Negro era, nada más y nada menos, que de
los Capuleto...
Narrador
-2. No, no, no, ya tú estás inventando demasiado. Eso es la historia de Romeo y
Julieta, ¡le estás robando el Best Seller a Shakespeare!
Narrador
-1. Bueno, bueno, si quieres sacamos eso de la historia, lo dejamos en Gilescos
y Fidelinos, ¿Te parece?… Entonces continúo.
El Negro se acostaba bien entrada la madrugada y se despertaba
aún mas tarde, veía mucha tele y
hablaba a los alaridos. No se sabe si por una cosa o por otra. Lo cierto es los
Gilescos querían linchar al duende, imaginamos que sería el fruto de la unión
de todos los atributos antes mencionados. La suerte es que, para aliviar
tensiones, una tarde, un viento primaveral, llevó bien lejos al Duende y al
Hada. Esto trajo tranquilidad a los Gilescos, pero lo que no sabían era que
Cupido aun les guardaba una de sus inesperadas saetas. El Negro logró domar uno
de esos tan frecuentes huracanes, a los que ya estaba acostumbrado, y,
cabalgando en uno de ellos, curiosamente de nombre Pandora, logró llegar a la
ladera de un volcán de la tierra del inca en donde la brisa primaveral había
depositado al Hada. Allí entre caricias, besos, abrazos y algún que otro
cariñoso empujón o una leve patadita del Hada al pobre Duende, transcurrieron
días de amor y cólera. El Hada era de bella figura con una cola prominente y
una nariz escultural y el Duende era algo que no se podía creer, era alto
(todos lo miran al narrador cuando hace un gesto para indicar la altura que
luego se va corrigiendo con una disminución paulatina de la altura de la mano).
Bueno, esos es un dato subjetivo. Lo que sí era, ea de cuerpo atlético y muy
buen mozo (lo vuelven a mirar). En fin: era petiso y barrigón.
En este
intervalo de tiempo entraron en la historia una rara pareja que luego tendrá un
papel muy importante en la historia que sigue, una bella Hámster de cachetes
prominentes de nombre Julieta y un desentonado flautista de Hamelín conocido
por Jean Paúl, éste portaba un chichón que se enrojecía con el efecto del
alcohol, el juglar dedicó toda su estancia a
martirizar a los vecinos con sus alaridos y sus desentonadas chacareras.
Así transcurrieron los días hasta que otro soplar del viento los separó
nuevamente. El Hada regresó con los Gilescos.
El Negro fue repatriado a la isla de los Fidelinos…
Narrador
-2. Y entonces todos fueron felices… Comieron maíz y asaron perdices.
Narrador
-1. Bueno, en el país de los Fidelinos, eso de los asados es medio difícil
porque allí las vacas son sagradas.
Narrador
-2. ¿Pero eso no es en la India, en donde las adoran como a dioses?
Narrador
-1. No, no, allí son sagradas porque son tan pocas que están en peligro de
extinción, pero eso es otra historia. En donde si hubo muchos asados fue en lo
de los Gilescos, pues esa gente es medio bastante carnívora. Además el Hada
regresó medio rara, pues traía un hambre atroz. Dice que en el país de los
volcanes y de los terremotos solo le daban papa y arroz chaufa, así que ella
tenía que ponerse al día con el puchero…
Narrador
-2. ¡Imaginen! El país cayó en la crisis agropecuaria por ese motivo. La crisis
del campo le llamaban, hubo desabastecimiento, cortes de ruta, piquetes, crisis
de gobernabilidad y todo por un Hada hambrienta...
Narrador
-1. ¿Puedo continuar?… Lo cierto es que la enrojecida Hada estaba cambiada, lucía como más ancha, y
no es para menos, pues no había regresado sola, traía un paquete y no
precisamente bajo el brazo. Algunos pensaban que de tanto comer le había
agarrado una deformante indigestión. Nuevamente el pobre Negro tuvo que
enfrentarse a nuevos ciclones y tormentas tropicales hasta asirse bien de uno,
de manera que logró desviarlo a estos parajes. Nuevamente tenemos a los
Gilescos y un Fidelino en escena.
Es en medio
de esta situación, sin aparente salida, que entra en escena la familia de la
Hámster, novia del juglar desafinado y medio machao. Ellos vivían en una colina
y fue allí en donde encontraron refugio el Negro y la Roja, el lugar era
paradisíaco, aunque demasiado callado para el duende acostumbrado al ruido
citadino y a la aturdidora compañía de la tele. Allí pasaron temporadas de frío
que les permitieron conocerse mejor. Ella no se bañaba tanto como antes y él se
mostraba como un chancho a la hora de comer. Pasó el tiempo y la panza crecía.
Ya la gente sospechaba que no era una simple mala digestión, sino que era la
madre de todas las indigestiones. Preocupados por los antecedentes de semejante
adquisición, un buen día los Gilescos decidieron embarcarse en una misión de
espionaje…
Narrador-2.
Entonces por eso fue que explotó lo del escándalo de las escuchas con la
policía porteña. De seguro contrataron a detectives y espías de bajo costo y
por eso terminaron como terminaron.
Narrador-1.
Pues no, ellos dijeron que si uno quiere espiar bien, debe hacerlo uno mismo.
Así que se embarcaron camino a la isla de los Negros escandalosos y allí fueron
seducidos por el ritmo de la rumba y la voluptuosidad de la salsa. El que la
pasó un poco mal fue el patriarca de los Gilescos, pues, aunque él se decía
tucumano de pura sepa, acostumbrado a los calores de los jardines de la
república, el pobre casi se derrite con el sol de los Castros, de allí
regresaron hechos unos rumberos.
No pasó
mucho tiempo antes que pasaran, de vivir en una colina, a vivir en un cerrillo
en el otro extremo del bosque. Allí construyeron su cuevita a la espera de que
se definiera lo que traía el Hada en la panzota. Se hicieron todas las pruebas
posibles, se descartó la posibilidad de una alergia severa al color Negro,
también se desechó la posibilidad de que se hubiera tragado la hoz y el
martillo, pues, de vez en cuando, la sacaba cuando las conversaciones
ameritaban un poco de violencia revolucionaria.
Narrador
-2. Entonces podemos decir que de vez en cuando se armaba la gorda, de manera
literal…. ¿no? El Hada era de carácter
un tanto irascible, eso le venía de una parte de la familia que no eran tan
giles como se decía. Cuando se enojaba, hasta el propio Carlos Marx, con el Che
Guevara incluido agarraban lo suyo, era una violencia bastante proletaria, por
todos y para el bien de todos.
Narrador
-1. Sí, hay que reconocer que la criatura tenía su carácter. Pero sigamos con
la historia. Todo lo que sube, tiene que bajar y todo lo que se hincha, se
tiene que desinflar… Sí, así es y llegó el día que todos esperaban: el 1 de
noviembre a las 7:40, entre gritos ofensivos que le pronosticaban una muerte
dolorosa al padre y frases de consuelo maternal que pregonaban: yo te lo dijeeeeeeeeeeee… Llegó el
duendecito, Mateo Ismael Guerra Gil , más conocido como el Tudy o, en su versión
aún más reducida, como el Tu…
Narrador
-2. Mirá que los padres se matan para ponerle una combinación de nombres que
convine con los apellidos para que luego, semejante esfuerzo, quede resumido en
un “el Tudisito”, el Tudo o cualquier otra versión que comience con la palabra
Tu.
Narrador
-1. ¿Me vas a dejar, por fin, terminar la historia? Con la llegada del
duendecillo las cosas fueron mejorando en todos los aspectos, pero no todo
fueron sonrisas, pues también vino el llanto ¡y de qué manera! Pues ese bebé
chillaba como un marrano de camino al matadero. La llegada del bebé marcó el
final de la era de los dulces sueños. Sobre todo para mamá Hada, que parecía
santo que se le paso el día. Los dolores de espalda y en el resto del cuerpo
eran tan marcados que le permitían, a ambos padres, día por día, hacer un
inventario de cada uno de los huesos que componían sus maltrechos esqueletos.
El hermoso bebé, por el día, era un amor y, en la noche, se transformaba en un
hombre-lobo, o algo así, pues semejantes aullidos solo se comparaban con una
bestia de esa envergadura.
Narrador-2.
Dicen que el que sí estaba muy contento, con la fuerza y el metal de la voz del
chiquillo, era el tío Marcos, pues argumentaba que, de seguro, tendrá un muy
buen futuro en la opera, junto a Carrera, al Placidito o al difunto Pavarotti
que también eran bien gritones cuando niños.
Narrador-1.
Si sigues con esos comentarios burlescos y maliciosos, no voy a poder terminar
de contar la historia y no van a querer pagarnos. (Se lleva la mano a la boca y
susurra al público): Éste en lo único que piensa es en la plata y por eso
siempre lo amenazo con la posibilidad que no nos paguen, es la única forma que
tengo para poder terminar de contarles el cuento.
Narrador-2.
Bueno, me cayó, pero bajo protesta, pues yo estoy por la libertad de expresión
y las posiciones democrático-participativas. A fin de cuentas, yo también puedo
contar la historia. ¿O acaso crees que eres el único sapo que sabe cantar en
esta charca…? ¿Ustedes quieren que yo cuente la parte de los chismes que yo
conozco?
Narrador-1.
Está bien, a ver qué sabes de esta historia que estamos contando...
Narrador-2.
¡Se, y bien que sé! Primeramente hay que contar que este duendecillo tenía una
familia numerosa, pues los Gilescos, que eran de corte católico contentones, de
esos que se pasaban el día cantando, se tomaron muy al pie de la letra eso del
génesis de poblar la tierra. Pues parece que no sabían que existía la tele y en
las noches se dedicaban a reproducirse como conejos. Eran cinco changuitos en
total, la mayor era el Hada Roja, después le seguía una bola de pelos a la que
nombraron Santiago que, en la niñez, no sabía definirse si era un chino con
estrabismo o un mal trabajo de peluquería. Continuaba el orden cronológico una
hermosísima Hada Bailarina. Luego le tocó el turno a otro negro (esto es para
que vean que todas las familias tiene sus manchas), pues éste era un negro
truchudo, más conocido por berebere, se
dedicaba a sacar de sus casillas a cuanto ser humano lo rodeaba, bastaba que
lograra formular una pregunta para que salieran de sus amígdalas todos los
porqués, los para, los cómo y los cuántos que había estado almacenando en sus
breves periodos de silencio. Finalmente, el último de los retoños era el más
cándido, amoroso y tierno de todos (breve pausa hace como si intentara leer).
¡Ah, no! Disculpen, me confundí de línea. ¡No! El último tenía un carácter de
armas tomar. ¡Y eso que era el menor! Dicen que hoy estudia psicología para
hacerlos sonar a todos juntos y así cobrarse de todas las que le hicieron los
otros por ser el menor. Bueno, pero, pensándolo bien, no estaba tan incorrecto
en lo de cándido y amoroso. De pequeño se dedicaba a lamer a los hermanos, al
Negro para ser más específico.
Narrador-1.
Pero, a fin de cuentas, todo eso no son más que chismes e infundios de gente
malintencionada.
Narrador-2.
Chisme sería si yo contara que al nacer el Spineteño, los abuelos tucumanos se
quedaron sin palabras cuando se enfrentaron a la criatura. ¡Menos mal que el
juego de sabanas combinaba con el color del cuarto! Pues de lo contrario
habrían hecho el viaje solo para una experiencia traumática que les costaría
largos años de terapia o e aún peo…
Narrador-1.
¡Basta, basta, embustes y enredos que no van a ningún lado! Está visto que voy
a tener que continuar yo con la historia. A ver, ¿en dónde nos quedamos? ¡Ah, sí! En el niño
escandaloso. El duendecito crecía hermoso bajo la supervisión del Hada madre
que ya no era tan roja. No se sabe si la despigmentación era a causa de la
cesárea o era el resultado de tantas malas noches en el bosque de los
cerrillos. Lo que sí era cierto, era que el Tudicito crecía bajo la más
estricta supervisión, de la Internet. ¡Sí! No se asombren, hay quienes se hacen
viciosos de los juegos digitales y otros del chat. ¡Ella no!, se convirtió en
adicta a las tablas infantiles de crecimiento de la sociedad argentina de
pediatría. Con suma ansiedad esperaba que saliera el último de los percentiles
para comparar a su lumbrera con el resto de la humanidad. Todo terminó cuando
el pediatra, con la más natural de las voces, y armado de un valor digno del
rey Arturo y todos los caballeros de su redondeada mesa, le diagnosticó que el bebe
era completamente normal: “eso mamá, su bebe no es ni más ni menos: es un niño
perfectamente normal”, le dijo un día el muy temerario.
Narrador-2.
Entonces ahí terminaron los sueños de tener un Einstein en la familia.
Narrador-1.
Bueno, por lo menos por las vías naturales. Pero, por si o por no, ella ha
comenzado un proceso intenso de lecturas nocturnas para que comience su aprendizaje.
Narrador-2.
¡Pero eso está muy bien! ¡Hasta es algo muy recomendado por todos los
pediatras!
Narrador-1.
Sí, sobre todo si son cosas ligeritas como el “Manifiesto Comunista”, “El
Capital” de Carlos Marx, las obras completas de Nietzsche o “Vigilar y
Castigar” de Michael Foucault, su obra preferida. Por otra parte, el Duende
Negro, acá entre los argentos, ha tenido que desarrollar nuevas habilidades: de
artista internacional ha pasado por albañil, carpintero, colocador de pisos de
machimbre, cristalero, herrero, letrista, plomero, electricista, entre otras
muchas cosas que no le dejan nada de plata, pero al final valió la pena, pues
tienen una casa hermosa.
Narrador-2.
Sí, hermosísima, esplendida, un portento.
La puerta de la calle quedó medio torcida, la del fondo se traba
permanentemente, el piso de machimbre rechina más que cadena herrumbrada. Del
fregadero de la cocina sale más agua que en un colador y no vamos a recordar
que en invierno, ¡el frío se cuela por cuanta rendija tienen!
Narrador-1.
¡Bueno, Bueno! Pero lo que cuenta es la actitud, ¡ad-ti-tud! Llegó el día en
que el bebe pronuncio su primera palabra que fue un esbozo paaaaaaaaaa, y ahí
mismo fue sometido a un proceso de adoctrinamiento, por lo que, rápidamente,
después de meses de presiones estalinistas solo repetía
mamamamamamamamamamamamamamama… hasta el infinito. No saben lo que costó luego
que dijera una palabra con cierta libertad de expresión.
Narrador-2.
Bueno, el duendecito Mateo ha crecido unas veces entre el arrullo del viento y
otras entre las ráfagas de la montaña, pero siempre rodeado de mucho pero mucho
amor, dicen, que los amigos de la colina, una vez le dijeron: Todo niño viene
con un pedazo de pan en la mano.
Y, hasta
ahora, se ha cumplido.
Narrador-1.
Bueno, hasta aquí el primer acto de esta obra de muchos más, esperamos celebrar
junto a todos los aquí presentes en el futuro.
Narrador-2.
Sí, pues. Todos han sido invitados con un propósito, el de agradecerles su
papel en lo que hasta ahora hemos vivido. Muchas gracias.
Fin
El príncipe de los
enanos, una pieza pro imperialista y
contrarrevolucionaria
A Fidel se
le hubieran caído las tres rallas de su conjunto deportivo Adidas al leer este
mamarracho teatrero. Una vergüenza. Anuncia cuatro personajes y solo
intervienen dos. Dos narradores, para colmo. Ni pensó, el que se llama
dramaturgo, y que el autor denomina guionista. ¡Bueno, decir autor es mucho
decir! Ni pensó, digo, el que escribió esta cosa, crear un coro, una voz
ausente, la voz de la conciencia, un monólogo interno. No. No pensó en nada de
eso. No pensó. No puede pensar. No puede crear. Está ciego. Un enano lo
obnubila. No pudo pensar, ni podrá. Puso narrador-1 y narrador-2. Traduzco:
narrador guión uno, narrador guión dos. ¡Qué bonito! Como si uno no podría leer
de una sola vez: narradoruno, narradordos. Menosprecia al lector con ese guión,
con esos dos guiones: el anterior al uno y el anterior al dos. ¡Malsano! Sin
esos guiones, sabemos que el uno es el uno y el dos es el dos, ¡a los
narradores me refiero!
¡Ni hablar
de la ortografía! Fidel, un gran escritor, no lo habría perdonado. Fidel, un
gran dramaturgo, tampoco. 50 años de radio-telenovela le dan respaldo.
Hada Roja y
Duende Negro son los grandes ausentes, evidentemente dos personajes minúsculos
en la historia. Quizá el que dactilografió esta pieza, seamos benevolentes,
teatral, procuró darles su espacio, pero ante tantos equívocos terminó por
sofocarlos, para beneplácito de los oyentes obligados. Público no eran. Eran
oyentes obligados, oyentes sordos en busca de unas papas fritas, unos chisitos,
unas pizzetas, unos panchitos (o hot dogs, para que sean internacionales) o una
copa gratis.
El final es
el colmo de la sumisión capitalista, es, indirectamente, la sumisión al poder,
gilescamente, lo quiera o no el dactilógrafo. Da las gracias. ¡Los asistentes
deben haber dado las gracias cuando este despropósito terminó!
Por suerte
había un niño llamado Mateo que salvó la partida, dio jaque mate cuando, mucho
antes que termine la obra… ¿teatral?, se durmió.
Felices
sueños, Mateo!
Alejandro
Gil
Atlanta, 2
de noviembre de 2009